dilluns, 5 de març del 2012

Aquí teniu un conte, ple de perversitat, que hem escrit entre tots...

Perversiones en la noche


Tomás Turbao salió de casa a las ocho de la mañana y se fue hacia el autobús para ir a la universidad. Mientras caminaba solo por un callejón, apareció un grupo de chavales y empezaron a insultarle.
-    ¡Mariquita, cabrón, chúpame un cojón!
Le cogieron todos los libros que llevaba y los tiraron al suelo. Tomás se puso a llorar.
Se sentía humillado, él se creía que vivía en el s. XXI, pero se equivocaba. Mientras lloraba y recogía los libros, vio que se acercaba a él una preciosa chica de piel clara, ojos azules y pelo rubio.
-    ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? – le preguntaba.
Él contestó que estaba decepcionado de la sociedad en que vivía. Luego pensó que había sido un mal educado, y le dijo su nombre. Ella, amable y sonriente, se presentó como Pataki. Se hicieron amigos rápidamente y quedaron en que por la noche se verían.
    Se vieron en la discoteca en la que bailaba Tomás, que quería agradecer a Pataki que le hubiera ayudado invitándola a todo lo que pidiera. Pero Pataki se mostraba distante, parecía incómoda por el ambiente, y no paraba de mirar hacia los lados. Tomás le preguntaba si quería irse a otro lugar para acabar de pasar la noche. Pataki le insistió en ir al callejón de detrás de la discoteca. Él accedió y salieron los dos. Entonces Tomás se dio cuenta de que un hombre más mayor que ellos salió justo después y llevaba un rato siguiéndolos. Percibía que algo iba mal.
    Al darse cuenta de que les perseguían comenzaron a correr. El sospechoso se les acercó un poco más. Cogió a Pataki por el brazo.
-    ¿Dónde están mis drogas?
Tomás no entendía nada. Empujó al hombre y escaparon por un callejón lateral. Llegaron al piso de Tomás y subieron.
-    Estoy muy nerviosa. ¿Me puedo quedar a dormir?
-    Claro.
Cuando se rebajó la tensión y se tranquilizaron, se sentaron a hablar sobre el tema y, en la conversación, salieron otros temas. Se pasaron horas hablando, ya más tranquilos. Tomás le ofreció algo de beber. Pataki, que aún seguía algo nerviosa, le pidió algo fuerte. Empezaron a beber juntos una botella de ron añejo que tenía Tomás. Entre copa y copa, Pataki comenzó a sentirse rara: su otra personalidad quería salir. Miraba a Tomás con una mirada perturbada y llena de pensamientos maquiavélicos. Le dijo a Tomás que fuera a buscar más alcohol y, cuando se fue a buscarlo, le puso unas pastillas en el vaso. Él, al beber, perdió el conocimiento en poco tiempo. Al despertar, estaba en su bañera, desnudo y aturdido. No entendía qué pasaba. Pataki estaba preparando una de sus perversas cirujías.
Tomás la vio aparecer entre la oscuridad, con una cruz en la mano y con una capucha puesta. Ella se sentó junto a él y empezó a decir frases en latín. Se sacó un bisturí y le hizo un primer corte en el brazo y luego en la pierna.
Entonces la puerta sonó con violencia y Pataki fue a abrir, quitándose la capucha. Al abrir vio a Julito Maraña, el hombre que les había atacado en el callejón, con un claro síndrome de abstinencia.
-    ¡Dame lo que tenías que darme!
Los gritos de Julito y Pataki espabilaron a Tomás, que aprovechó para saltar por la ventana. Era un primer piso, y cayó sobre un contenedor. De repente se encontró en la calle, desnudo, cubierto de sangre y con un ciego de vértigo.
En la casa seguían los gritos. Pataki y Julito luchaban, pero Pataki llevaba en sus manos el bisturí que usaba para sus perversiones, e hirió de muerte al traficante, que murió allí mismo. Pataki, de repente, se encontró libre de la persona que siempre había sido una influencia nefasta y dejó de ser una perversa. La policía la interrogó sobre la muerte de Julito, pero no la condenaron porque había actuado en legítima defensa.
En la calle, mientras tanto, un chico recogió a Tomás y se lo llevó a dormir a su casa. Se llamaba Leandro, era campeón de boxeo y estaba de pan y moja. Esa noche se convirtió para Tomás en una experiencia inolvidable: de deshizo de una perturbada y de un camello y se encontró con un hombre guapo, listo y fuerte, su nuevo novio.
Pocos días después, Tomás iba caminando por la calle. Había quedado con Leandro, su campeón de boxeo. Giró una esquina y volvieron a aparecer los macarras que se haían reído de él. Empezaron a insultarlo otra vez, y cuando ya iban decididos hacia él apareció Leandro. Los chicos cambiaron rápidamente de rumbo. Tomás los miró y se rio de ellos.

Escrit pels alumnes de Mòduls Voluntaris de l’IES Josep Sureda i Blanes
Febrer 2012

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